Experiencia personal en el OVT, el 16 de Agosto de 2016 – Dr. Santiago Arellano

Hace diez años, el 16 de Agosto de 2006, Santiago Arellano fue testigo presencial de la erupción del volcán Tungurahua en una circunstancia muy especial: “Tuve el privilegio y la responsabilidad enormes de servir como vulcanólogo encargado en el OVT, el observatorio que el Instituto Geofísico (IG) opera ininterrumpidamente desde 1999 para monitorear este volcán”.

“Indudablemente fue una situación como ninguna otra, de la que tengo vívidos recuerdos: sobre el esfuerzo por mantener la calma, la concentración y la acción oportuna en las obligaciones que a nuestro grupo nos fueron encomendadas; sobre la noción (justificada, pero que era mejor intentar ignorar en esos momentos) de que aún la mejor coordinación posible de nuestras acciones humanas podría resultar insuficiente si habría llegado a producirse el peor escenario de erupción; sobre la imagen grabada para siempre de un despliegue casi absurdamente impresionante de energía en nuestro planeta.

Cuando niño pasé muchas vacaciones en el valle del Patate, con vista directa de un siempre nevado Tungurahua. Pensaba que era un volcán inactivo y me imaginaba lo impresionante que habría sido verlo en erupción. Cuando adulto me formé en una carrera científica y casualmente fui parte del equipo a cargo de la observación de la mayor erupción de este volcán en las últimas décadas.

Dejando de lado las posibles circunstancias humanas de un cataclismo volcánico, recuerdo haber comentado en varias ocasiones con mis compañeros a cargo de la vigilancia del volcán que sería fascinante presenciar una erupción similar a la que Nicolás Martinez describiera cien años atrás, de cuyo relato se exhibía un extracto en una de las paredes de la sala de observación. Luego de la trepidante reactivación del volcán a finales del siglo XX y de un año 2005 con muy baja actividad, esta posibilidad parecía más bien remota, así que muchos pensábamos que lo más importante de la erupción del Tungurahua de nuestra generación había ya pasado. Sin embargo, desde el inicio del 2006, la actividad siguió un patrón típico de recarga del volcán, con muchas señales de que una erupción importante se produciría. En la primera mitad del año presenciamos emisiones explosivas de gas, cuyas ondas de choque estremecían la base del observatorio a unos 15 km de distancia del volcán y que en la noche producían espectaculares emisiones de rocas y gases incandescentes. La mayor actividad se produjo a mediados de julio, cuando numerosos flujos piroclásticos (nubes ardientes) asolaron algunos caseríos al occidente del volcán. Uno de éstos por poco alcanza a unos colegas del IG y la cooperación japonesa que minutos antes terminaban de instalar una estación sísmica en las faldas del volcán. Entre este evento y la erupción del 16 de agosto no hubo tregua, sino por el contrario indicios claros de que el volcán estaba preparando algo eventualmente mayor. La actividad volcánica sostenida por largo tiempo deviene en que unos se mantengan atentos y que otros se avengan y le resten importancia.

El turno semanal de observación suele incluir a un vulcanólogo encargado y a uno asistente. En la semana del 16 de agosto estaba previsto que yo asistiera a Patricia Mothes, sin embargo, circunstancias urgentes hicieron que Patricia me delegara su función al inicio de semana y que me acompañe Alexandra Alvarado, quien, por ser responsable de sismología en la base del IG en Quito, no era encargada frecuente de las actividades del OVT. En la madrugada del 16 se registró un sismo tectónico de magnitud y ubicación suficientes para ser percibido por la población cercana al volcán. ¡Un volcán lleno de material, en un estado de precario equilibrio! Temprano en la mañana no había terminado mi desayuno cuando dos mujeres, residentes de la ciudad de Baños, nos visitaron llenas de preocupación por las señales del volcán. Las recibí a la entrada del OVT y les dije que ciertamente el volcán tenía magma abundante y somero, y que por ejemplo un temblor, como el ocurrido unas horas antes, podría desencadenar una erupción pero que ventajosamente no habíamos registrado todavía señales de aquello, así que les sugerí mantenerse atentas, pero no angustiadas. Se despidieron quizás algo confortadas por mi consejo, cuando al entrar al observatorio ya no pude terminar mi café porque los sismógrafos habían iniciado un tremor continuo y creciente, relacionado al transporte del magma eruptivo.

Era claro que esa actividad anormal significaba el inicio de una erupción, aunque no teníamos idea de cuándo se produciría su clímax, ni de cuánto material o cuál duración tendría. Lo importante era mantenernos calmados y concentrados, intentando registrar cada observación o reporte con detalle, dando el aviso concreto del significado de nuestras señales a todos quienes a través de una cadena de acciones pre-establecidas puedan alertar a todos los posibles afectados. Estuvimos en permanente comunicación con nuestros colegas de Quito, con compañeros que ese mismo día hacían mantenimiento de estaciones de monitoreo, con la red de vigías en los caseríos del volcán. Registramos y reportamos, preguntándonos entre nosotros si todos los involucrados estaban debidamente enterados. Dirigimos todas las visitas de prensa a la base del IG, de acuerdo a los protocolos de emergencia, pero también rotamos acciones en el observatorio, delegando a un miembro del equipo la atención de consultas telefónicas. Luego del mediodía se había confirmado la orden de evacuación de las poblaciones en alto riesgo. Los primeros flujos de la erupción ocurrieron terminada la tarde, el paroxismo hacia medianoche. Algunas personas hicieron caso omiso de las órdenes de evacuación, ya por aferro a sus hogares, ya por una imprudente curiosidad. Miles tomaron la decisión propia o conminada de evacuar. Fue muy triste constatar al día siguiente que unos pocos de los que decidieron no hacerlo no sobrevivieron.

La erupción mayor del Tungurahua en el proceso vigente que inició en 1999 ocurrió hacia medianoche del 16 de Agosto. Justo para entonces contamos con el apoyo de nuestros compañeros más experimentados en el OVT, como Minard Hall, Patricia Mothes y Patricio Ramón. Cuando se había formado la columna eruptiva que alcanzó más de 15 km de altura, confié en el soporte de mis compañeros y salí al patio frontal del OVT para admirar aquello que había supuesto imposible cuando niño e improbable cuando adulto. Entre espesas nubes se divisaba el perfil de un volcán con una fuente incandescente de cientos de metros de altura y una espesa columna de ceniza que se fundía a una inestimable altitud con una capa horizontal de material que parecía cubrir el cielo entero, y de la cual innumerables relámpagos parecían emerger y retornar. Se escuchaba un sonido grave, como si se tratara de la respiración agitada y rítmica de un imaginario gigante y una lluvia de tefra centimétrica caía sobre nuestras cabezas. Lo que observé fue mucho más impresionante de lo que había imaginado. Dos días después acompañé a Hugo Yepes y David Rivero a un reconocimiento de los depósitos piroclásticos de la zona suroccidental que había sido devastada. Hugo condujo el auto por el abismal camino del frente occidental del río Chambo, desde donde pudimos observar el flanco volcánico que parecía un paisaje lunar. Entrada la noche llegamos vía Penipe a algunos de los pueblos más afectados. El sendero se perdió en un punto, así que ayudados por una cámara sensible a la radiación infrarroja nos dimos cuenta que habíamos alcanzado un flujo piroclástico y que todo a nuestro alrededor estaba aún caliente.

Mi última mención es de la imagen del mismo paisaje devastado unos seis meses luego de la erupción. Todo se había tornado intensamente verde y la primera cosecha de los campos re-cultivados fue inusualmente productiva.

La naturaleza en agitación y sus ciclos; los dramas humanos que provoca; el deber profesional y el trabajo en grupo; la extraña conexión entre lo imaginado y lo vivido… Valga la oportunidad de este aniversario para recordar nuestra experiencia de aquel día. Quizás algo resultará mejor la próxima vez, seguro algo será totalmente diferente”.

Santiago Arellano, PhD
Chalmers University of Technology
Earth and Space Sciences - Optical Remote Sensing


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